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Mostrando entradas de 2013

De viajes y fronteras

Es viajando como se descubren las costuras del mundo. Y una de ellas, la más fastidiosa, es la que corresponde a las fronteras entre los países. Se dice que surgieron cuando los hombres pasaron del nomadismo al sedentarismo y cada grupo decidió separar su territorio. Esos límites convencionales se convirtieron en la peor limitación de la libertad del ser humano. Es la peor de todas las costuras. Porque el planeta Tierra frente al cosmos es tan pequeño que no vale la pena limitar la libertad de desplazamiento de sus habitantes. De esos límites, de esas fronteras, surgieron esas odiosas categorías llamadas las aduanas, que físicas o intelectuales sólo han servido para causar guerras y muertes. Me gustaría imaginar o ver en la realidad a nuestro planeta sin límites, sin frontras y sin aduanas. Pero, mientras tanto, debemos soportarlas cada vez que salimos de viaje. He pasado por estos días varias de ellas. La primera, la de Colombia, a la salida. Porque nadie en el mundo tiene la liberta

Lecturas de diciembre

Aunque tenemos el mejor español del mundo, según nos dicen cuando viajamos, y a Bogotá la llamaban la Atenas sudamericana, seguimos (me refiero a Colombia) apareciendo en las estadísticas latinoamericanas y mundiales como un país con una educación deficiente. Por eso figuramos entre los últimos de las tablas que miden a los estudiantes. Se acusa a los profesores, a veces, o al mismo sistema educativo. La estratificación y la división abismal entre educación pública y privada, con seguridad, ha aumentado la deficiencia acotada en las estadísticas. Y creo que parte del problema ha sido , también,   el manejo descuidado y prejuiciado de la lectura. Se lee poco, se limitan las listas de nombre de autores y títulos, se satanizan los medios electrónicos, y no existen políticas de motivación de la lectura. Por ejemplo, para estas épocas del año, cuando salimos a vacaciones, en otras partes, todo el mundo separa sus libros para leer en el tiempo libre. Libros, sobre todo, de literatura. Por es

Materia y memoria de San Agustín (5)

Bajo el nombre de “San Agustín: materia y memoria viva hoy”, se realizó en el Museo Nacional de Colombia, los días 4 y 5 de diciembre, la XVII Cátedra de Historia Ernesto Tirado Mejía. La cátedra había sido inaugurada el 3 de diciembre en la Biblioteca Luis Ángel Arango, con una lectura magistral del reconocido maestro francés Marc Augé, titulada “El tiempo en ruinas”. Con esto, Fabián Sanabria, director del ICAHN, lograba que alrededor de la cultura llamada agustiniana, convergieran tres hechos de suma importancia: primero, que a la cultura y al arte escultórico de San Agustín se le dedicara, por primera vez, un programa tan destacado como el de la Cátedra de Historia Ernesto Tirado Mejía; segundo, que con este evento el Museo Nacional de Colombia, más el de la exposición fotográfica y sonoro-ambiental, rindiera homenaje a San Agustín; y, tercero, que una figura de la talla mundial de Marc Augé, inaugurara la Cátedra. Las conferencias abordaron con profundidad el tema de la cultura

Monroe vs. Monroe

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Cincuenta años después, el Secretario de Estado (de los Estados Unidos), John Kerry, me ha concedido la razón. La semana ante pasada, en una reunión de la OEA, dijo: “La era de la Doctrina Monroe ha terminado”. Lo ha recordado Michael Shifter, director de la organización Diálogo Interamericano, en un texto publicado por El Tiempo de Bogotá el 25 de noviembre, bajo un título, a ocho columnas, que dice: “Tras casi 200 años, era hora de enterrar la Doctrina Monroe”. Bueno, ese entierro era el que yo le había pedido, cuando terminaba mi bachillerato en el Simón Bolívar de Garzón, hace 50 años, a mi profesor de historia universal, Guillermo Ruales. Debió ser uno de mis últimos escritos en su excelente clase de historia. Y recuerdo que cuando nos encontramos, casi a la entrada de los dormitorios, sonriente, y, con cara de picardía, me dijo algo parecido a: “Ya leí su trabajo; muy bueno, pero, ¿de dónde ha sacado usted tantas cosas revolucionarias?” Le dije que había leído a Indalecio Liéva

Mi Simón Bolívar

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Había terminado cinco años de primaria y dos de secundaria en la Escuela Normal Superior y su Escuela Anexa, de Pitalito. Y había cursado los cuatro años restantes de la secundaria en el Colegio Nacional Simón Bolívar de Garzón. (Esas nomenclaturas las cambió el Ministerio de Educación sin razón alguna no se en qué año, o con razones que siempre imponen las misiones o los consejeros que vienen del exterior. Hoy se usa una expresión horrible, que nunca he sabido a qué obedece, aunque intuyo muy neoliberal, que es “Institución Educativa”, que suelen resumir –por lo larga o por lo fea- con sus letras iniciales “I. E.”, a las cuales se les agrega el nombre del “colegio” o “escuela”). Entre Pitalito y Garzón pasaron mi niñez y adolescencia. De eso hace 50 años. Y es lo que quiero recordar en este fin de semana. El Simón Bolívar de Garzón, como de todos modos le seguimos diciendo, era un colegio nuevo en 1960 cuando llegué a cursar mi tercero bachillerato. Lo habían fundado en 1951. Sus

J. M. Coetzee: "Biblioteca personal"

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La primera parte de esta historia la conté en esta columna a comienzos de año. En septiembre de 2012 invité al Premio Nobel de Literatura 2003, J. M. Coetzee, a Colombia. Enseguida la Universidad Central, por intermedio de su pasado rector, Guillermo Páramo Rocha, me dio el aval. En abril de 2013, Coetzee vino. Fue un éxito y, sobre todo, muy útil. Cada vez que rompemos el cerco, sumamos puntos en contra del ancestral aislamiento colombiano. Ahora, tengo nuevas noticias acerca del maestro J. M. Coetzee. Aunque Colombia figura en algunas de sus obras –por ejemplo, Diario de un mal año -, nunca como ahora parece estar cerca de nosotros. Y esta vez lo será por vía Argentina. En alguna visita a Buenos Aires, al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), su directora María Soledad Constantini, le propuso a Coetze que armara su “biblioteca personal” con los libros que él considerara básicos en su vida de escritor, que ella, como codirectora de la editorial El hilo de Ariadna

"Lecturas Dominicales": 100 años

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Eduardo Mendoza Varela En 1964, salí del sur del Huila a estudiar en Bogotá. Por lo remoto, desconocido y frío, me pareció que llegaba al Polo Norte. Sin embargo, desde Pitalito y Garzón, yo había cultivado en mi bachillerato una amistad que sería mi salvación en Bogotá: los suplementos literarios dominicales. Más que los libros, que nunca llegaban, fueron los suplementos literarios de El Espectador y El Tiempo , las fuentes intelectuales de toda mi generación (años 60 y 70). Y eso fue posible porque ellos (incluido el de El Siglo ) eran unos señores suplementos. Y no es cosa de nostalgia. Es que –como lo han recordado Enrique Santos Molano y Daniel Samper Pizano-, con motivo de los cien años de “Lecturas Dominicales” de El Tiempo , en ellos se debatían los grandes temas intelectuales y literarios del mundo. Un solo ejemplo. Yo conocí a Alfonso Reyes, el gran maestro mexicano de todos los tiempos, no por sus libros, sino porque en “Lecturas Dominicales” aparecían sus ensayos. Los

La repatriación interior (4)

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Asistí la semana antepasada a la Casa del Huila, en Bogotá, a una mesa redonda convocada por su director, Dr. Julio Enrique Ortiz, para hablar del libro Las estatuas del pueblo escultor. San Agustín y el Macizo Colombiano , de David Dellenback, traducido por él y su esposa Martha Gil. La reunión resultó ser un ejemplo magistral de diálogo civilizado entre opositores frente a una misma causa. Sin embargo, como suele suceder en estos casos, lo coyuntural le ganó a lo sustancial. David comenzó a hablar de su libro, que era lo importante. Debo repetir: lo importante, lo que está en juego, es el tesoro artístico, arqueológico y cultural que se llama Parque Arqueológico de San Agustín, que sigue en el olvido (a pesar del actual Icanh y de la administración de Julio Enrique Ortiz Cuenca que logró la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad). Pero David no habló mucho de su libro –del que mi pariente Roberto Castro Polanía me había puesto sobre aviso-, sino que se perdió en la polémica susc

San Agustín, ires y venires

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Está diagnosticado hasta la saciedad el alto potencial turístico (ecológico y cultural) del Huila. Pero seguimos siendo apenas eso: un gran potencial, una hipótesis. E hipótesis sin desarrollo significa nada. Hace cuarenta años escucho hablar, por ejemplo, del “anillo turístico del sur del Huila”, y cada vez que,  por razones domésticas (no turísticas), lo repaso, constato su desintegración. En ese anillo se encuentra San Agustín y sus alrededores, incluido, el Parque Arquelógico (que debiera ser “nacional”), del cual se quieren celebrar los primeros 100 años de sus primeras excavaciones en diciembre. Las cifras sobre las visitas al Parque Arqueológico de San Agustín, sin embargo, no hablan bien de su reconocimiento por parte de colombianos y huilenses. Sólo un 8% de los huilenses lo conocen. Hace 55 años, cuando estudiaba mi primaria y primeros dos años de Normal en Pitalito, era mal visto ir a San Agustín.  Mi primera excursión fue a la Cueva de los Guácharos, no a San Agustín. Cad

Alice Munro, Nobel de Literatura 2013

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Cada año, por esta misma fecha, nos gusta hacer apuestas sobre quién puede ser el Premio Nobel de Literatura del año, el más destacado entre los demás Nobel (de ciencias y paz). En diciembre, el único que habla en representación de los demás es el de literatura. Este año ese discurso le tocará a la gran señora del cuento en el mundo, Alice Munro, casada dos veces, con cuatro hijas y residente entre Victoria y la provincia de Ontario, donde nació en la zona rural de Whingham. En esta ocasión la Academia premió a una mujer y a un género que suele quedar por fuera, el cuento. Alice Munro (1931) condensa esas dos condiciones de manera maravillosa. El mundo predominante en su obra se debe a la mujer, pero sin que ella, Alice, sea feminista. Por el contrario, sin banderas que arrecien resentimientos, su cuentística, o su narrativa (porque, también, tiene una novela de 1971, Las vidas de las mujeres ), zurce o teje (para usar verbos que suelen ser femeninos) los más variados pliegues y rep

El arte del Alto Magdalena (2)

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Repito, todo cuanto se haga por el estudio y reconocimiento del arte escultórico del Alto Madgalena (San Agustín, Isnos, Saladoblanco, Pitalito), siempre será insuficiente y precario frente a la inmensidad de su misteriosa belleza, de su invaluable importancia histórica y mítica, de su sorprendente e ignota procedencia material y metodológica. Este museo natural, a campo abierto, donde estética, historia, mito y técnica, donde vida individual, colectiva y cósmica, donde hombres, animales y dioses, donde la abstracción, la simetría y los más variados valores plásticos, se fusionaron en plenitud para dejar el único testimonio físico y espiritual de una cultura aborigen que intuyó que sólo así podía llegar viva hasta nosotros luego de la avalancha del tiempo y del vandalismo religioso e ideológico de occidente, debemos acercarlo al mundo y acercar el mundo a él. Vivió enterrado y escondido durante varios siglos y, hoy, nuestro deber es respetarlo, admirarlo, estudiarlo, aprenderlo, saber

El arte de Sanagustín (1)

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Tenemos que aprovechar cualquier fecha para volver sobre la importancia, muchas veces inadvertida o postergada, de las riquezas de nuestros patrimonios artísticos y culturales nacionales. Colombia los tiene al por mayor, pero razones de diversa índole -que no es el caso mencionar ahora-, suelen ocultárnoslos. Y por eso, con mucha frecuencia, vemos los del vecino e ignoramos los nuestros. O, simplemente, no los vemos. Siempre he dicho, por ejemplo, que en Colombia la existencia del parque arqueológico situado al sur del casco urbano del municipio de San Agustín, en el departamento del Huila (en Colombia, no en México, como creen algunos extranjeros), se ha invisibilizado en todos los sentidos, tanto por locales como por nacionales e internacionales. Parte de esa existencia menos que fantasmal (al fin y al cabo los fantasmas existen), obedece, en buena parte, a que, desafortunadamente, el parque tomó el mismo nombre del municipio, calificando un arte aborigen con un nombre opuesto a su

El llano en llamas

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Así visto, el título de esta columna podría remitirnos a otra escena de violencia de nuestros llanos orientales. O a una pesadilla de verano cuando alguien prende fuego a la llanura y el juego se convierte en fuego. Pero no. Es que por estos días, entre el 23 y el 26 de septiembre, la Fundación Juan Rulfo, la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y su Instituto de Investigaciones Filológicas, realizarán varias actividades con motivo de los 60 años de la primera edición de El llano en llamas , el legendario libro de cuentos de Juan Rulfo. Con ese motivo se inaugurará el 23 de septiembre, a las 10 de la mañana, la “Cátedra Extraordinaria Juan Rulfo”. En ella se dará curso al coloquio “ El llano en llamas , 60 años: reflexiones multidisciplinarias”, con la asistencia de 30 especialistas de 10 universidades nacionales y 11 internacionales, entre ellos Dylan Brennan, Lucy Bell, Fukumi Nihira. Rafael Olea y Néstor Ponce; también hará presencia Clara Angelina Aparicio de Rulfo, la v

La historia sin historia

La vida de un ser humano puede ser sólo un instante, pero si logra superarlo, entonces, la vida se convierte en una cadena de instantes. Es elemental, más no siempre evidente para todos. Cuando la persona hace conciencia de ese sucederse en la cadena, podría decirse que ha adquirido el sentido de lo histórico. Engarzar el pasado con el presente y el futuro en la cadena de instantes de la humanidad, con toda su complejidad y sin perder el orden perentorio que implican espacio y tiempo en las acciones –en la realidad que nos ha tocado vivir a los humanos de la Tierra-, es lo histórico. Y, repito, si se tiene conciencia de ese inevitable transcurrir, se tendrá, a su vez, el sentido de lo histórico. Lo cual, pareciera ser, resulta muy importante para el desarrollo de una sociedad culta que aspire a un futuro cierto y digno para sus ciudadanos. Sin embargo, entre nosotros vienen ocurriendo -las razones podrían encontrarse en las fracturas sociales producidas por la larga violencia políti

La Feria del Libro de Neiva

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Feria del Libro de Frankfurt, creada en 1948. Como la rueda o los sistemas digitales, uno de los grandes inventos de la humanidad fue el libro. Y en la vida del libro existen dos momentos culminantes: primero, cuando uno lo termina de escribir y, segundo, cuando lo ve en sus manos (hoy, real o virtualmente). Pero hay un momento intermedio, fundamental, en la vida del libro: me refiero a aquel en el cual uno, como autor, como padre de la criatura, se desprende del mismo para que alguien se entere de su existencia. Es cuando se vende o se regala. Es un punto culminante. Sin esa instancia, autor, libro y lector, nunca ingresar í an en la cadena del conocimiento que genera todo libro, ese motor de la historia de la humanidad. Ese momento de intercambio definitivo, suele producirse en un templo sagrado -propio de los pueblos cultos y civilizados- que todos conocemos como la librer í a (San Librario, como dir í a el librero y escritor Á lvaro Castillo). Sin embargo, la librer í a ll

Guillermo Páramo Rocha: 2003-2013

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Guillermo Páramo R. (Óleo de F. Sánchez Torres) El miércoles pasado, 28 de agosto, en una de las cuatro salas de teatro que posee la Universidad Central sobre la tradicional y cultural calle 22 de la Bogotá antigua, en la Sala Fundadores, se despidió de la comunidad docente unicentralista, su rector de los últimos diez años (20103-2013), el doctor Guillermo Páramo Rocha. Pero la despedida no fue al estilo colombiano, con discursos y cocteles, sino muy dentro de los rituales propiciados por él y que a él lo han convertido en una leyenda viva del pensamiento nuestro. Escogió, para esa ocasión del adiós académico-administrativo, un tema que desarrollaría de largo, con su sapiente narrativa y argumentación embelesadora, durante casi tres horas sin que nadie se diera cuenta. Esa noche, Guillermo Páramo Rocha, el sabio descendiente de artistas, habló sobre uno de sus temas más caros y que con mayor fervor desarrolla: el mito universal y el saber de las etnias de nuestra Amazonia. Habló

Saladoblanco

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Ceiba y parque central de Saladoblanco Esta columna la iba a llamar, en forma interrogativa, “¿Salado Blanco?”. La pregunta surgía de la entrevista que hace ocho días publicó en El Tiempo de Bogotá el periodista y escritor Francisco Celis Albán bajo el título de “Isaías Peña, profesión: fundador” (creo que en www.eltiempo.com   apareció de otra manera). Y allí mi querido puebo natal (no debe pasar de 10,000 habitantes) no se llama Saladoblanco: se llama Salado Blanco. Con esta observación no quiero reclamarle nada a Pacho Celis, quien harto bregó para sacarme su bondadosa entrevista, menos en momentos en que él le ha dado un impulso extraordinario, con entrevistas y crónicas de fondo, a la sección “Debes leer” que él dirige. Lo hago porque la palabra “Saladoblanco” (que si ustedes la escriben así, unida, el computador les corregirá con rojo, y si la separan, les dará correcto), durante toda mi vida fue una especie de “karma”, en el mejor sentido de la palabra. Ahora, gracias a es

La Vorágine: 1924-2014

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Andrea Vergara El sábado 22 de abril de 1922, en Sogamoso, José Eustasio Rivera comenzó a escribir La Vorágine . En septiembre de 1922 viajó a la frontera como secretario jurídico de la Comisión Demarcadora de Límites con Venezuela, y en la población de Yavita, hacia febrero de 1923, ya escribía la tercera parte de la novela. Dos años después de haberla comenzado –siempre le gustaron esas simetrías a Rivera-, en Neiva, el 21 de abril de 1924, terminó, en familia, la primera versión de La Vorágine . Cuatro meses más tarde, el 28 de agosto de 1924, se publicó un aviso en la prensa en el que se anunciaba la aparición de la novela para un mes después. Pero Rivera demoró la publicación tres meses más debido a las correcciones que le hacía y porque quiso que apareciera en librerías el día del cumpleaños de doña Catalina Salas, su madre, el 24 de noviembre de 1924. Esto significa que en noviembre de 2014 estaremos celebrando 90 años de la primera edición de La Vorágine . El año entrant

Prensa, premios y Horacio

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Horacio Benavides, Premio de Poesía  De las tantas miserias que nos rodean en Colombia, una, ya crónica, es la ausencia o  deficiencia del periodismo cultural. El Tiempo es, por ejemplo, desdeñoso y caprichoso, aunque haya mejorado mucho en lo teatral. De lo contrario, puedo generalizar, en Colombia no existen criterios profesionales para manejar el hecho y, sobre todo, la noticia cultural. Si lo que caracteriza a la noticia, es su inmediatez, para nosotros, la chiva no existe en el área cultural. Esa noticia en Colombia puede esperar una eternidad, o nunca llegar. Una información cultural, de interés nacional o regional, que en otro país sería noticia del día, entre nosotros puede depender de la prioridad que tengan todas las demás noticias. En el fondo, podemos vivir sin información cultural (según nuestra prensa). Y pueden tener razón: no pasa nada (en apariencia). Esto sucede, de manera evidente y escandalosa –para citar un solo caso-, con los premios (nacionales, internacion

El poder de Nairo

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Cuando la filosofía o la literatura no me alcanzan para explicarme causas o fenómenos del acontecer cotidiano, suelo recurrir a las historias de vida de los deportistas –sobre todo los del llamado “tercer mundo”-. Entre esas vidas siempre me han parecido extraordinarias las de los ciclistas colombianos. Y no es que las leyendas de boxeadores, atletas o futbolistas, no estén llenas de circunstancias tan ricas como las de una obra de Shakespeare. Es que el ciclismo aúna, como ningún otro deporte, las dos principales facetas del ser humano: la condición íntima e individual, y la solidaria y colectiva. Si es que así fuera siempre. Porque cuando no se suman esas dos circunstancias, el poder y la furia individual, más la necesaria e incondicional solidaridad colectiva, las metas, generalmente, se escapan, y las ilusiones jamás llegan a convertirse en deseos cumplidos. El pasado 20 de julio, me encontré, en la penúltima etapa del Tour de Francia, cuando faltaban cuatro quilómetros para ll

Carolina y la muerte

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María Carolina Cuervo Navia, de ascendencia huilense (de Garzón), desde muy niña se vinculó a las actividades artísticas. Primero, a los cinco años, hizo parte del elenco de “Pequeños Gigantes” y luego del muy famoso “Oki-Doki”, en la televisión colombiana. Un poco más adelante pasó al teatro y, en distintas épocas, ha pertenecido a diferentes grupos (incluso, fundó uno) y ha participado en festivales nacionales y en el prestigioso Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Estudió literatura en la Universidad de los Andes y luego ingresó al Taller de Escritores de la Universidad Central y a la maestría de la U. Nacional. Hoy sigue haciendo teatro. En 2009, fue finalista en el Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, con el libro Nueve maneras de morir , que fuera publicado por la Editorial Planeta, en 2009. Ha escrito obras de teatro, como Veneno . Transcribo el prólogo que escribí para su libro de cuentos en 2009: “De estas nueve maneras de matar (y otros cuentos similares)

Arte y arte(sanía)

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Cecilia Vargas Muñoz Esta exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), “Grandes maestros del arte popular de Iberoamérica. Colección Fomento Cultural Banamex”, inaugurada el pasado 17 de julio y que estará abierta hasta el 1 de septiembre, nos puede enseñar muchas cosas. Lo primero es que busca, desde su misma convocatoria, borrar una injusta y ficticia línea limítrofe entre arte y artesanía, diferencia causada por provenir esta última de sujetos (personas) populares, de materiales no consagrados por las academias del arte (no son lienzos, por ejemplo) y por no moverse en altos mercados financieros (aunque hoy una colección como la de Banamex debe costar una millonada en dólares). La directora, investigadora y curadora de la colección, Cándida Fernández de Calderón, pareciera tener esta visión. Por eso, desde 2007, cuando se inició el proyecto del Banco Nacional de México y su área de Fomento Cultural Banamex, junto con la Fundación Roberto Hernández Ramírez, de recor

Revista Ñ, no. 500

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Portada de Ñ , No.511 Es probable que muchos lectores nunca hayan terminado un libro, o que jamás lo hayan tenido en sus manos. Sin embargo, pueden haber sido voraces lectores de revistas. Populares, académicas, especializadas, monográficas o de miscelánea. En mi casa siempre recuerdo haber tenido de niño a Life , Mecánica Popular , Semana , Cromos y Selecciones del Reader’s Digest . Más los suplementos literarios dominicales que (por una estulta audacia de los directores y dueños de los periódicos) fueron masacrados. Pero en Colombia no ha existido una tradición seria de revistas culturales. Por épocas, esporádicamente, hemos tenido algunas oficiales y otras privadas. Yo destacaría la que fundara Jorge Gaitán Durán, Mito , y, quizás, Eco , de la librería Buchholz. Lo demás ha sido una serie de esfuerzos individuales con resultados parciales o precarios. Las revistas culturales que han tenido países como Francia, Estados Unidos, España, México o Argentina, no han sido de nuestro